Ideas esenciales de la pedagogía de la ternura.
Tesis de José Martí.
…las dotes innatas hierven bien sazonan
las impresiones recibidas; mas, privadas de
éstas, se escapan por los altos aires, cual globo
sin peso.
José Martí
Los niños saben más de lo que parece esta expresión fue escrita por José Martí hace más de cien años en la revista La Edad de
Oro para los niños de América, cuando los exhortaba a que le escribiesen y les prometía
que él iba a publicar lo que recibiese.
Desde el momento del nacimiento hasta que el niño se inicia en la escuela, ha recibido por
diferentes vías un caudal incalculable de información del mundo que lo rodea mediante sus
padres, sus hermanos, el resto de la familia, las conversaciones de los adultos amigos de la casa,
los amiguitos, el barrio, el círculo o jardín de infantes, la calle, el transporte público, los parques
de diversiones, la radio, la televisión, el cine, la propaganda gráfica y otros medios, ya que sería
muy extensa su enumeración.
También desde los primeros momentos después del nacimiento, el niño se relaciona con los
demás y se comunica, comienza a sentir y a expresar por diferentes lenguajes su complacencia, su
disgusto, su amor, su repulsión, su alegría, su tristeza. Es un ser que siente, aprende, piensa,
actúa y que necesita mucho del afecto de todos los que le rodean.
El ingreso en la escuela es para él un hecho de gran trascendencia, allí no sólo ampliará su saber,
sino que recibirá nuevos y necesarios afectos, especialmente el del maestro o la maestra y el de
sus compañeritos de clase.
Mucho le ayudará la escuela en su proceso de socialización y en el
desarrollo de la solidaridad y la camaradería, la disciplina, la responsabilidad y la tenacidad.
Cuando el niño ingresa en la escuela, nosotros los maestros, por lo general, pensamos que este es
el único lugar donde el niño aprende, que no sabe nada de lo que debemos enseñarle y que todo
el saber está en nuestras manos.
Nosotros “decimos”, nosotros “transmitimos”, nosotros “impartimos”, nosotros “dirigimos”. ¿Y
qué hace el niño? Recordemos el análisis de Félix Varela cuando nos alertaba que los
irreflexivos somos nosotros que los tratamos como seres irracionales.
El saber popular que trae el niño al llegar a la escuela y su mundo de afecto, tiene que fundirse
con el saber académico, pues resulta imposible separarlo o desecharlo. Además, cuando todos los niños expresan lo que saben, es posible organizar esas nociones y
presentar un cuadro coherente de lo acumulado hasta el momento, que abra las posibilidades
actuales y futuras a nuevas interrogantes y necesidades de saber. Así también estamos respetando
su individualidad en la diversidad que existe en un grupo.
Es por eso que en la escuela primaria, cuando el maestro se propone adentrar a los niños en
nuevos conocimientos, necesita primero hurgar en las nociones que ya poseen acerca de la
“nueva” temática y que fueron obtenidas por diferentes vías. Por supuesto que esto también es
válido para los restantes niveles de enseñanza.
Por lo general nos sorprendemos del caudal de nociones que ya poseen los alumnos. Recordamos
que al trabajar con un grupo de quinto grado en una escuela primaria de Ciudad de La Habana, al
terminar el curso, presentamos la primera clase de Ciencias Naturales de sexto grado. Su
temática era “El universo”. Lo primero que nos propusimos fue conocer qué sabían sobre ello
que no habían aprendido en la escuela.
Cuando les preguntamos qué saben ustedes sobre el universo, quedamos sorprendidos de la
cantidad de manitos que se levantaban para responder, fueron explicando y mencionando un gran
número de nociones que prácticamente agotaban todos los nuevos conceptos de la temática.
Mencionaron los planetas (los nombres de casi todos) hablaron de la Tierra y de la Luna, dijeron
que el Sol era el centro; citaron también el movimiento de los planetas, de los cometas y cuando
parecía que casi todo lo habían referido, un niño de los más tímidos levantó la mano y dijo: -Me
parece que nadie ha hablado de los meteoritos.
En otra ocasión, al iniciar el estudio del tema de las estaciones del año en una escuela del
municipio Playa de Ciudad de La Habana al preguntarles qué sabían sobre las estaciones del año,
pudimos comprobar que los niños conocían una buena parte de lo que debían aprender en esa
unidad del programa, con qué gozo decían los nombres de las estaciones, las características de
cada una y qué importantes se sentían al plantearnos las interrogantes que tenían sobre la nueva
unidad: ¿Por qué les pusieron esos nombres a las estaciones del año?, ¿quién se los puso?. ¿qué
ocurre para pasar de una estación a otra?, ¿por qué en invierno en algunos países cae nieve y en
otros no?
De igual manera pudimos experimentar con niños de Buenos Aires, Argentina, de sexto grado y
con niños tobas de cuarto grado de la ciudad de Rosario, del mismo país. También se unieron
experiencias con niños venezolanos, españoles, mexicanos y arubenses.
Nosotros los educandos no podemos seguir trabajando sintiéndonos portadores absolutos del saber.
Cuántas vivencias tienen ya nuestros estudiantes sobre muchos de los hechos históricos que nos
enorgullecen como cubanos; aprovechemos este caudal en la clase de Historia. Si los sabemos
escuchar, disfrutaremos de cómo nos narran lo que saben como si lo hubieran vivido, cómo hacen
sus valoraciones y con tal energía defienden sus puntos de vista.
Observemos lo ocurrido en una clase de Historia en una escuela primaria de las montañas de la
Sierra Maestra en la región oriental cubana. El lema versaba sobre un pasaje muy interesante de
la historia de Cuba: la Protesta de Baraguá. provocada por un pacto o período de tregua de la
Guerra de Independencia de Cuba contra España.
En la clase consideramos que sería muy positivo que los niños vivenciaran este hecho que había
ocurrido hace más de un siglo.
Después de una introducción en la que se analizaron los aspectos esenciales del hecho histórico,
planteamos la tarea de representar a los dos grupos en pugna: los mambises y los españoles.
Todos los niños de aquel cuarto grado querían ser mambises. Por fin se decidió al azar el grupo
que caracterizaría a los mambises y el que representaría a los españoles.
Separadamente cada grupo de alumnos analizaron y discutieron para después defender sus
puntos de vista.
Los “españoles” dieron los argumentos de por qué defendían el Pacto del Zanjón. Nos quedamos
sorprendidos de cuánto sabían y cuánto habían calado en sus personajes.
Los “mambises” emocionados argumentaron por qué tenían que continuar la guerra y no
aceptaban aquella tregua que los humillaba. Fueron muchas las fundamentaciones, más de las que
nos imaginábamos, muy objetivas, iban a la esencia y todas con una gran carga sentimental.
Finalmente los alumnos escenificaron el pasaje histórico del encuentro del general español
Martínez Campos y el general Antonio Maceo, que comandaba las tropas cubanas.
Al ver a los niños tan dentro de sus personajes, con tanto fervor, estuvimos seguras de que
aquella clase no se les olvidaría. Con mucha alegría lo pudimos comprobar cuando un año
después volvimos a esa escuela de la montaña y todos recordaban ese heroico pasaje de nuestra
historia y lo que es más importante aquella clase ayudó a que formaran sus valores de
patriotismo, de dignidad, de orgullo de ser cubano y, además, demostraron que sabían más de lo que
todos pensábamos.
Por último deseamos que ustedes mediten también cuánto puede motivar a un niño, el ver
incluido el saber que ya posee, al iniciar el estudio de una nueva temática y cuánto le ayudaría a
valorarse objetivamente así mismo, y a ir desarrollando un aspecto tan importante como la
autoestima.
Analicemos la siguiente situación:
¿Podría el muestro de primer grado al iniciar el tratamiento de los números naturales, desconocer
la riquísima experiencia que cada niño trae consigo? Unos ya pueden contar; otros, identifican
cifras, e inclusive las escriben y muchos saben representar con conjuntos algunas cifras y
viceversa, por solo citar algunos aspectos. Todo este caudal debe servir para hacerlos partícipes
en el diálogo que representa todo proceso de enseñanza.
Cuánto podemos aprovechar este saber para que se involucren plenamente en el aprendizaje, se
sientan verdaderamente orientados hacia el objetivo y, lo que resulta muy importante,
experimenten sentimientos de satisfacción por ver incorporada y ampliada la experiencia que
traen consigo. No nos sintamos como que sólo nosotros dominamos los números naturales.
Disfrutemos con ellos la alegría de reconocer sus posibilidades de ver sus sonrisas al poder
responder las preguntas “tan importantes que hace su maestra o maestro”, de ver en sus ojitos las
expectativas y la seguridad de que comprenden bien lo que están aprendiendo y lo sienten de
utilidad.
Seguramente cuando regresen a su casa irán llenos de ilusión a contarles a mamá, a papá, a los
abuelos y otros familiares todo lo que sabían en la clase de Matemática y lo que les queda aún
por aprender.
Pensemos siempre que ese mundo que está fuera de nosotros es mucho más rico de lo que nos
imaginamos y a cada niño lo rodea un micromundo diferente. Consideremos su individualidad
que, como nos dijera Martí, es el distintivo del hombre.
Se hace necesario asimilar en la escuela el saber popular. Integrarlo al saber académico al saber
científico. Muy unidos debemos trabajar maestros, padres y todos los factores sociales.
Sino lo
hacemos, el saber académico se convertirá en inoperante, aburrido y desactualizado para el
niño del nuevo milenio.
Para tener presente una verdadera enseñanza debe partir de los ejemplos que el niño conoce a través de su
experiencia para mostrarle que lo que él le “parece” lo ha vivido son también problemas. Nuestra
enseñanza prescinde de saber y la experiencia del niño y le ofrece resultados finales del
conocimiento, que no son más que verdades dogmáticas, carentes de vida e interés. Lo que el
estudiante ha vivido, la manera como ve las cosas espontáneamente, lo que él piensa, todo ello
no cuenta. En cambio se le imponen resultados que supuestamente refutan su propia vivencia y
que deben ser considerados como la verdad por el alumno.
“Estanislao Zuleta”
Extrae tus propias conclusiones.
El Dr. Gustavo Torroella en su artículo, “La autoestima: Clave del éxito personal”, nos explica
con mucha claridad que quizás el aspecto más importante de la personalidad de cada uno de
nosotros es el concepto y la valoración que tenemos de nosotros mismos.
Con su manera peculiar de decir, nos plantea, que en el mundo hay dos clases de personas:
aquellas que tienen un concepto positivo de sí mismas, es decir que poseen una alta estimación y
una buena imagen de sí; que tienen confianza y fe en sus recursos y capacidades y se sienten
competentes para alcanzar las metas que se proponen, tienden a triunfar y lograr altas metas.
La otra clase de personas es la que tiene un concepto deficiente de sí misma, cauce de confianza
en sus recursos y capacidades y se siente incompetente para emprender nuevas tareas. En general
obtienen sólo pobres logros y pequeñas metas.
Señala también que la autoestima es la base de todo crecimiento y desarrollo personal: es el
coraje de ser uno mismo y de confiar en los propios recursos. Considera que una meta principal
de la educación debería ser el formar en los niños y jóvenes una autoestima positiva, una
valoración de las propias potencialidades, porque uno irá tan lejos en el viaje de la vida como
crea que es capaz de hacerlo.
…Hombre es algo más ser torpemente vivo..
es entender una misión, ennoblecerla y cumplirla….
José Martí. En la experiencia aplicada con cientos de niños, desde tercero a noveno grados, cuando les
preguntábamos qué les gustaría saber acerca de la temática nueva, ha surgido un número
ilimitado de nuevas interrogantes.
Estas interrogantes coinciden en parte, por lo general, con los objetivos de los programas, pero
muchas veces están por encima del nivel de estos.
El niño se plantea nuevos porqués, se
convierte en un investigador frente al sector de la realidad a la cual se enfrenta, ya sea el mundo
natural o social.
En un grupo de tercer grado, acerca de la temática de la flora, los niños plantearon preguntas tan
interesantes como estas: ¿Por qué si todas las plantas son verdes, las flores son azules, rojas,
amarillas? ¿Por qué hay árboles tan grandes con frutas tan chiquitas y plantas pequeñas con
frutas tan grandes como la calabaza? ¿Por qué si están sembradas en la misma tierra, unos frutos
son dulces y otros son amargos? ¿Por qué algunas flores están más perfumadas en la noche que
en el día?
Un niño venezolano nos dijo: —Las plantas sienten, por eso hay que hablarles suavecito y se
ponen más bonitas. ¿Por qué?
...Si el niño o la niña, si el joven o la joven van a ser sujeto de su propia educación, ¿por qué no
contar con ellos en sus intereses y motivaciones?. ¿por qué no conocer sus interrogantes y sus
preocupaciones?
Deseamos destacar también que en los casos observados en nuestro trabajo hay niños que
quieren saber más de lo que les corresponden por los planes de estudio. Pensemos todos, en nuestra actividad pedagógica diaria, en la necesidad que tienen nuestros
niños y jóvenes de que el proceso de aprendizaje responda a estas interrogantes. No dejemos que
pase la edad de los porqués, dejémosle experimentar el entusiasmo de incorporarse a la búsqueda
de lo nuevo desde los primeros años de vida escolar.
Esa aspiración inherente al ser humano debemos tomarla en consideración maestros y padres en
nuestra labor cotidiana para avivar el afán y el amor por saber y no aplastarlos o cercenarlos
como hacemos en ocasiones.
Detengámonos también a meditar cuántas veces estimulamos a los niños y jóvenes para que ellos
nos planteen preguntas. Deberíamos plantearnos, como una expectativa especial, guiar su
aprendizaje de forma tal que además de responder a nuestras interrogantes logremos que nos
planteen sus inquietudes, sus propias preguntas. Una pregunta encierra tanto valor como una
buena respuesta. La pregunta del alumno nos indica qué piensa, qué necesita, qué siente, cuánto
ha avanzado y cuánto le queda por avanzar en el camino de adquisición de lo nuevo. En esa
pregunta se abre ante nosotros su mundo interior, su curiosidad, la forma en que piensa y siente y
nos retroalimenta, es como una inyección de chispa al diálogo pedagógico. Propongámonos cada día evitar el dominio absoluto de las preguntas por parte del docente como
forma de enseñar. Los buenos maestros saben escuchar. Disfrutan cuando logran que sus alumnos pregunten y saben escuchar porque
conocen que ahí está el secreto del triunfo. Disfrutan cuándo logran que sus alumnos pregunten
y saben utilizar esto como termómetro de cómo va el mundo cognitivo y afectivo de los niños y
jóvenes. En ocasiones utilizan la pregunta hecha por un alumno como motivación y orientación
para la realización de un trabajo independiente fuera de la clase.
En el hogar resulta decisivo dedicar tiempo a percibir lo que nuestros hijos quieren expresamos
en una pregunta; en una conversación, en un juego, en un chiste, en una canción, en un dibujo.
Estemos atentos a lo que les preocupa y unidos encontraremos las soluciones más acertadas y el
camino para llegar a ellas.
Tenemos que alejar el desaliento, las barreras que matan la autoestima. Ante una respuesta
equivocada, ante una indisciplina, no estigmaticemos el error ni hagamos de él un callejón sin
salida. Ridiculizar es humillante. Debemos poseer la sabiduría suficiente para que ante un error
encuentren los recursos para que intenten la respuesta o el camino correcto sin desanimarse, y
comprendan por qué se equivocaron sin perder el aliento para seguir adelante.
Hemos visto muy buenas clases de Matemática de segundo grado donde es usual que en el
proceso de memorización de los ejercicios básicos, los alumnos cometan errores. Muchos
maestros ante estas equivocaciones no se desesperan, no ridiculizan al nulo con gestos, poniendo
una cara fea, una mirada hiriente o con frases duras como: “en el cálculo estás perdido...”, “ te sucede en la Matemática?”
Ellos saben, que en este proceso es algo natural que el niño se equivoque, por eso buscan la
forma de relacionar ese ejercicio con otro que lo ayude a encontrar la respuesta correcta, lo
alientan a seguir adelante, para que ese error sea un motor impulsor en el proceso de
memorización. Le exigen sin deprimir, le exigen estimulando. Varían sus formas de ejercitación
y de organización del grupo. No hagamos que errores de cálculo alejen al niño de la Matemática, que errores de redacción u
ortográficos lo alejen del Español. Aun ante las situaciones adversas debemos propiciar que el
alumno quira y ame el saber.
Logremos que nuestros niños y jóvenes sientan la satisfacción de que el proceso de aprendizaje
responda a sus interrogantes. Trabajemos para que ellos se incorporen con esfuerzo y optimismo
a la búsqueda de las respuestas y a la solución de los problemas docentes y de los que se les
presentan en la vida cotidiana.
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